De los nervios estaba por encontrar lo cinco molinos que me faltaban. Por eso, ayer a las 17:00 horas, y sin saber como quedaría la etapa del Tour, cargué la bicicleta en el coche y me fui a Niebla. Allí bajé la bici, y con los zapatos de correr en el trasportín, me dirigí de nuevo al Arroyo Caballón. Catorce kilómetros de pedaleo (37º C marcaba el termómetro), cambio de calzado y esconder la bici; afronto de nuevo el cauce seco del Caballón. Tenía previsto llegar lo más arriba posible, es decir, lo más cerca de la Aldea Caballón.
Foto 1. Vuelvo al Arroyo Caballón.
Con un trote alegre dejo atrás el molino del Duende y vuelvo a pasar por el molino de la Chapa. De ahí en adelante todo era nuevo. Sabía que hasta el molino del Acebuche tendría que recorrer unos dos kilómetros y que durante ese trecho encontraría dos de los molinos (sin nombre en los mapas que tengo) que aún no conocía.
Foto 2. Molino del Zorro.
Foto 3. Molino del Zorro.
Foto 4. Molino del Zorro.
Foto 4. Molino del Zorro.
Foto 5. Molino del Zorro.
Foto 6. Desnivel en el Arroyo Caballón.
Después de algunos minutos, muchas mariposas, algunas moscas, zarzas, ciervos y perdices, bajo un poco el ritmo de carrera para estar pendiente del entorno. Tras solventar un desnivel en el arroyo, entre la maleza observo un movimiento sigiloso. Sabía que no era un ciervo. Con cuidado me fui acercando, cámara en mano, para fotografiar lo que se movía. Rápidamente desaparece de mi vista; era un zorro. En ese sitio, y al volver a retomar el cauce, los restos de un “nuevo” molino se ponen a mi alcance. Desde hoy, este será para mí el Molino del Zorro. Como el Duende y la Chapa, el Molino del Zorro está incrustado en una pared rocosa. Sólo queda del molino un pequeño muro y algunos restos de bidones y chapas oxidadas.
Siguiendo el cauce hacia el norte y a escasos metros del Molino del Zorro, un camino forestal hace que tenga que dar algunos saltos para volver a retomar mi ruta. Tras varias curvas muy cerradas, esta vez a la izquierda, localizo un cuarto molino (tampoco tiene nombre conocido). Es el más grande de todos, no tiene forma redondeada, y es muy parecido a los molinos del río Tinto (cuatro paredes, techo a dos aguas…) El acceso para fotografiarlo es dificultoso y las zarzas me lo hacen sentir.
Retomo la marcha cuando a unos cien metros una gran zarza me impide el paso. Dispuesto a sortearla, un gran estruendo me para en seco. Ante mi, a dos metros escasos, tres jabalíes salen de la maleza. Tengo suerte; cada uno de ellos toma un camino diferente (norte, este y oeste). Si alguno opta por el sur me pasa por encima como un tren.
No lo pienso, me doy la vuelta y desando el camino como alma que lleva el diablo no sin antes dar nombre al nuevo molino: Molino de los Jabalíes.
Sólo me quedan tres molinos por localizar: Acebuche, Tavago y Bacín. Estoy seguro que el Molino Acebuche puedo encontrarlo sin dificultad, los otros dos casi los doy por perdidos, pero eso será en un nuevo capítulo…
1 comentario:
Animo hermano, que no decaiga ese espiritu aventurero y deportivo en ti. Eres un monstrú.
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