Allí permanecimos 71 días y sufrimos 72 asaltos o golpes de mano, aunque no llegamos nunca al cuerpo a cuerpo, los ataques fueron a base de morteros (nunca con artillería o aviación) y funcionó muchísimo el telémetro acoplado al fusil, pues dada la corta distancia entre ambas líneas, los disparos iban todos a la cabeza, nos traían fritos. El que asomaba la cabeza fuera de la trinchera era hombre muerto. El avituallamiento se hacía a través de una trinchera en ziz-zag de 60 centímetros de anchura llena de agua y en primavera de barro, que teníamos que recorrer en sus tres kilómetros de longitud hasta nuestras líneas. A través de la trinchera y procurando no asomar la cabeza teníamos que ir a por las provisiones y a por las pesadas cajas de munición de madera de 60 kilos de peso. Como continuamente teníamos necesidad de sacar agua y barro de la posición, tuvimos que clavar el cubo en un palo, subirlo y volcarlo fuera de la trinchera.
Peor que el frío fue el barro, la trinchera se había convertido en un enorme barrizal y con el fango no se podía caminar. Los pies se empapaban de agua y no había forma de secarse las botas. De disparos de morteros cayeron muchos en la trinchera, incluso soldados que regresaban para repatriarse a España. Teníamos dos bunkers, el alférez tenía su propio bunkers con su asistente y los demás en otro. Teníamos que sacar constantemente agua del pozo que se le hacía para que fuera destilando el agua.
Los rusos disponían de un armamento extraordinario, un buen naranjero que disparaba con fango, agua o nieve. Durante el tiempo que estuve en esta posición perdieron la vida 71 divisionarios de los distintos pelotones que se fueron reemplazando.
Cuando por fin nos relevaron nos llevaron a Pushkin, la estación veraniega de los Zares, para descansar y reponernos. Estuvimos alojados en el palacio de Alejandro, durmiendo en los sótanos, mientras que los alemanes se quedaron en el palacio de Catalina donde a veces ponían películas para la tropa.
Luego me mandaron a la posición de “El Dedo” (a 4 kilómetros de Pushkin), llamada así por su forma, como una península estrecha y larga, rodeada por el enemigo, permaneciendo en ella desde julio al 12 de octubre de 1943. Dada su proximidad a Pushkin, en las épocas de tranquilidad íbamos con cierta frecuencia a la ciudad, allí podíamos ducharnos y quitarnos los piojos. Los piojos se alimentaban de la ropa y tomaban el color de la prenda que llevaba uno puesta.
Se pasaron muchos divisionarios al enemigo, eran hijos de republicanos que se habían alistado para eso. Además los rusos nos martilleaban diariamente con sus altavoces para que desertáramos y pasáramos a sus filas, la propaganda era constante. Los desertores siempre aprovechaban la oscuridad de la noche y el momento en que estaban de escuchas. No les era difícil recorrer los 200 a 400 metros que separaban de las líneas rusas, llegando con los brazos en alto diciendo “spansky”, “spansky”.
Desde nuestras posiciones podíamos ver los bombarderos nocturnos que la aviación alemana efectuaba sobre Leningrado situado a 13 kilómetros de nosotros, era todo un espectáculo con los reflectores en acción. Otro espectáculo eran las noches blancas de Leningrado en verano, sin noche, pero en invierno era al contrario, con 18 horas de oscuridad. No sufrimos las congelaciones de 1941, pues ya en 1943 disponíamos de mejores equipos. Usábamos las pallenkas, botas altas de pasta gruesa que no las atravesaba el frío, buena ropa interior de acetato que al no ser transpirable mantenía los 36ºC de temperatura del cuerpo.
Hubo en ese tiempo en la posición de “El Dedo” varios golpes de mano, pero el ataque fuerte se produjo a las 3 horas de la mañana del día 12 de octubre de 1943. En esa madrugada del 11 al 12 una lluvia de proyectiles cayó sobre la posición, todos nuestros nidos de ametralladoras desaparecieron, los bunkers y las defensas saltaron por los aires. Los rusos usaron morteros y los cañones antitanque – el arma especial para cargarse los nidos de ametralladoras y muy efectiva para distancia corta, pues estábamos a menos de 500 metros de distancia – produciendo gran número de bajas y sucediéndose los actos heroicos. Al parecer atacaron tres batallones de marineros castigados y borrachos, llenos de vodka. Yo tuve la suerte de estar en un lateral de “El Dedo”, pero los que estaban en la punta sufrieron una feroz carnicería. Tras sufrir fuertes bajas fuimos relevados a las 5 de la tarde. Fue la última batalla de nuestro Regimiento.
La retirada desde “El Dedo” hasta el punto donde embarcamos en vagones de los grandes expresos europeos, con compartimentos para ocho hombres, la realizamos andando. Todas las noches recorríamos 30 kilómetros hasta alcanzar la estación de Krasnogardeisk. Pero no fuimos atacados por los partisanos rusos debido a nuestro comportamiento caballeroso para con la población rusa. Así al menos rezaban las octavillas que nos fueron lanzadas desde un avión ruso (decíamos parrala o chivata)”.
Manuel Gómez Ávila era natural de Lepe (Huelva). Residió desde muy pequeño en La Palma del Condado (Huelva). Perteneció a la 7ª Cía., II Batallón, Regimiento 262 (1942-1943)